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EL DISCURSO QUE PODRÍA HABER PRONUNCIADO EL
PRESIDENTE BUSH
Buenas noches, compatriotas americanos.
Dijo San Agustín que la esperanza tiene dos hijas hermosas: la angustia y el coraje. La angustia en torno a las cosas tal y como son y el coraje para cam-biarlas en la dirección de lo que deberían ser. Estos actos perpetrados contra la humanidad hoy son actos de la angustia ante las cosas como están. No son actos llenos de valor y coraje sino horrendas atrocidades, actos que provienen de una angustia dirigida por el odio. Nuestra primera respuesta debe ser el apoyo y la compasión con las víctimas, con las familias y con los amigos de las víctimas




Pero además, debemos preguntarnos qué condiciones llevaron a estos seres humanos a actuar con un odio tan grande, hasta el punto de cometer hechos tan abominables. Debemos preguntarnos también por qué eligieron como diana esos puntos en los Estados Unidos. No podemos reprimir nuestra propia an-gustia y nuestra indignación ante tales acontecimientos, ni tampoco debemos reprimir nuestra angustia e indignación ante todo acto lleno de odio y calamidad; pero nuestra angustia e indignación no pueden estar acompañadas del odio, sino del amor, y del coraje para tratar de hacer nacer un mundo más justo. Eso, compatriotas americanos, requerirá un esfuerzo enorme para cuestionar, entender, comprender, cambiar y hacer renacer nuestra conciencia nacional. Por favor, compatriotas, escuchen con oídos, mentes y cora-zones abiertos.
A la vez que de ningún modo podemos tolerar los actos de terror, tenemos que hacernos esta pregunta: ¿por qué? Tenemos que entender, por ejemplo, ¿qué significado simbólico tienen para los ojos del mun-do el Pentágono y el World Trade Center? Debemos buscar, mis compatriotas, en lo profundo de nuestra propia historia, de nuestras políticas, de nuestros objetivos, de nuestras imposición, y también de nuestro corazón. Es doloroso, pero digámoslo: la guerra contra el terrorismo ha empezado violentamente. Los dos símbolos más poderosos de la violencia militar y económica a nivel global, militarismo global y terro-rismo económico, han sido golpeados. Se trata de actos cobardes e inconsiderados, seguros, y, clara-mente, actos de terror, sufre más el inocente, los trabajadores. Debemos lanzar una guerra contra el terro-rismo, no violentamente.
A.J. Muste, declarado pacifista, nos aconsejó que en un mundo edificado sobre la violencia debemos ser revolucionarios antes que pacifistas. Esto quiere decir que tenemos la tarea de abolir las instituciones de violencia… no violentamente. De todas maneras, no nos equivoquemos, compatriotas americanos, el Pentágono es el centro de la violencia militar y el terrorismo a nivel global. Estados Unidos es el líder mundial en la exportación de instrumentos de guerra y destrucción. Seamos honestos, somos responsa-bles de la violencia que ha aderezado los conflictos internacionales por muchos años. Una lista parcial de nuestra responsabilidad en esa violencia incluye: los millones de muertos de Korea y Vietnam, los cien-tos de miles de muertos de Camboya, Laos, Irak, Guatemala, Hiroshima, Nagazaki, Timor Oriental; las decenas de miles de muertos en Nicaragua, El Salvador, Colombia; los miles de muertos de la República Dominicana, Somalia, Haití, Yugoslavia; los cientos de muertos en Panamá.
Y no olvidemos los medios con que hemos maltratado al pueblo cubano durante más de cuarenta años con nuestro embargo y con repetidos actos de terrorismo. Recordemos las palabras de mi padre, el enton-ces Presidente Bus, durante la preparación del ataque de Estados Unidos contra Iraq: No habrá ninguna negociación, se hará lo que nosotros decimos. "No negociación" quiere decir simplemente que preferi-mos la violencia. "Se hará lo que decimos" expresa claramente nuestra arrogancia, nuestro chauvinismo y nuestra mística de invencibilidad que han separado a los EE.UU. del resto del mundo. Ambas cosas ex-presan nuestra noción de la ley internacional y del papel de Naciones Unidas. ¿No es acaso cierto lo que dijo el profesor de Harvard Samuel Huntingon al señalar que en la mayoría de los países, los Estados Unidos son vistos como una superpotencia voraz, como la única amenaza externa para sus sociedades?
El mundo tiembla preguntándose cuándo vamos a atacar y que elementos destructivos vamos a usar: misiles cruceros, helicópteros, agentes biológicos o químicos, bombas nucleares, F-18, F-22, B-52, cam-pañas de fumigación, FMI, Banco Mundial, Programas de Ajuste Estructural o Programas de Austeridad, embargos, sanciones, desapariciones, asesinatos, masacres, torturas, invasiones culturales, etc.
Nos advierte la Escritura: lo que siembras, eso recoges. Hoy, con tristeza hemos experimentado qué es lo que habíamos sembrado por el mundo. Hoy, como país, hemos aprendido que la lluvia de muerte y destrucción en otros países crea una herida más fuerte que los edificios y las personas destruídas. Hoy, nuestra libertad está siendo atacada. Pesábamos que éramos libres para imponer violencia económica y militar en cualquier parte del mundo, con impunidad. Ya no hay más impunidad. El Tribunal Mundial trató de sancionar a los Estados Unidos por cometer violencia bajo la administración de Reagan, pero esa administración aseguró que el Tribunal Mundial no tiene jurisdicción sobre nuestros actos. Sí, hemos si-do, compatriotas americanos, un estado voraz, y esto debe parar.
Esta noche, queridos compatriotas, debemos elevar un grito de humildad, una humildad que en ningún sentido aminora la humanidad, sino que proclama nuestro respeto por la dignidad de todos los pueblos, una humildad que nos permite celebrar toda vida humana. Llegó la hora de que nos unamos a la humani-dad no como su principal proveedor de violencia y destrucción, sino como un participante no violento en la lucha contra la violencia, el racismo, el sexismo, las desigualdades sociales. El presupuesto del Pentá-gono, el presupuesto de violencia, para el próximo año es de trescientos treinta mil millones de dólares. Esta noche propondré la inmediata reducción al cincuenta por ciento de todos estos gastos que promueven la violencia. Voy a hacer un llamado para redistribuir estos fondos en ayudas contra problemas como el hambre, la pobreza y las enfermedades por todo el mundo. Se trata de un llamado que nace del amor y que quiere crear un mundo más justo, pacífico, lleno de vida e igualdad, un mundo donde la creatividad de las personas se celebre más que su capacidad para destruir.
Esta noche pedimos perdón al mundo por nuestros pecados, perdón por nuestros actos de violencia sórdidos y calamitosos que hemos regado por el mundo durante más de cincuenta años. Dejemos que sea éste el inicio de nuestra reconciliación con el mundo. De algún modo, ahora podemos entender el dolor, el sufrimiento, el llanto que hemos causado, la tormenta que hemos desatado, el odio que hemos creado, la destrucción que hemos impartido, las heridas espirituales, psicológicas, emocionales y físicas que he-mos hecho al mundo. Todo ello a causa de nuestra búsqueda destructiva de riqueza, poder y privilegios a costa de vidas y derechos humanos. Mendiguemos el perdón de toda la humanidad, del mismo modo que pedimos el apoyo, la compasión, la comprensión y el amor en este tiempo nuestro de sufrimiento, desazón y pérdida.
No es la hora, jamás es la hora, de buscar la venganza. Es el momento para tener el coraje de perdo-nar, para usar todo el poder del deseo en la realización de acciones de amor. Es el tiempo para liberar nuestra mirada de modo que nos permitamos dirigir nuestra indignación hacia las instituciones de poder, violencia y codicia, muchos de los cuales, tristemente, están en los EE.UU. Es el momento para empezar a transformarlos en auxilio y amor para las víctimas de todo ese poderío, violencia y codicia, incluidos aquellos compatriotas nuestros muertos en los ataques contra el Pentágono y el World Trade Center.
Cuando participé en Génova en el encuentro del G-8, me encontré en las calles con una pancarta que decía: "Ustedes son ocho, nosotros somos seis mil millones". Me llegó dentro. Demasiado tiempo he-mos estado buscando los intereses de unos pocos en perjuicio de muchísimos. Crece cada día la inequi-dad en poder, privilegios y riquezas. Hemos creado, protegido, aplicado y ahora impuesto al resto del mundo un sistema económico, simbolizado por el World Trade Center y protegido por el Pentágono, que tiene en cuenta únicamente el beneficio. Un sistema económico que trata todo como productos a ser ex-plotados, ya sea el agua, la comida, el aire, los combustibles, el ecosistema, los animales, peces, o incluso a nuestros congéneres humanos. Un sistema que coloca el enriquecimiento de las corporaciones por en-cima de los derechos de las personas. Esto tiene que parar. Nosotros, que representamos y servimos con poder, tenemos que escuchar pronto. Ojalá dejemos que esta tragedia nos despierte. Dejemos que esta noche empecemos a transformar este monstruo, antes de que sea demasiado tarde.
Este acto de terror, infame y abominable, palidecerá al lado del terror que supone incrementar los gastos militares, que nosotros lideramos en el mundo. Palidecerá al lado de aumentar el recalentamiento del planeta, cuyo principal motor está en nuestro país. Palidecerá al lado del crecimiento de la destruc-ción ecosistema, cuyos principales agentes somos nosotros mismos. Todo eso hará muy pronto inhabita-ble para los humanos nuestro mundo, aumentará el sufrimiento, la miseria y la muerte.
Si queremos superar estos acontecimientos y, más importante, queremos evitar en el futuro actos de terrorismo contra la humanidad, tenemos que actuar a partir de la esperanza y la fe que nos dice que este mundo no está condenado, sino que podemos recrearlo; tenemos que dejarnos guiar por un deseo juicioso respecto a la situación actual de las cosas, respecto al monstruo que hemos creado, deseo que ha de edifi-carse como actuaciones de amor. Tenemos que dejarnos guiar por el coraje para impulsar la cooperación, la comprensión, el apoyo y la solidaridad con el resto de la humanidad, para crear un mundo en que po-damos ser libres. Hoy, y en los días y semanas que están por venir, debemos buscar también el coraje pa-ra reflexionar honestamente sobre qué hemos hecho en el mundo. Así podremos entender por qué las co-sas son como son y qué podemos hacer para que sean como debieran ser: un mundo con menos violencia y más paz, un mundo con menos odio y con más generosidad; un mundo donde la gente no muere de hambre cada dos años en mayor cantidad de la que murió a causa directa de las dos guerras mundiales; un mundo más saludable; un mundo menos destructivo y más creativo; un mundo con menos desigualdad y más igualdad; un mundo menos fundamentalista; un mundo más humanista; un mundo más justo y menos criminal; un mundo con menos separatismo y más solidaridad; un mundo en el que vivamos una vida comprometida; un mundo menos militarista y con más arte; un mundo menos vil y más celebraciones; un mundo en el que merezca la pena vivir la vida; un mundo en el que aprendamos bien la sentencia de Rousseau: "Los frutos de nuestro trabajo nos pertenecen, los frutos de la tierra pertenecen a todos, y la tierra misma no pertenece a nadie".
Para concluir, queridos compatriotas, permítannos apoyarnos unos a otros en esta búsqueda nuestra por la esperanza, el deseo, el coraje, para hacer que el amor perviva en estos tiempos de crisis y en el fu-turo. Recordemos y reflexionemos aquellas palabras de Corintios 13, 1-13: "Aunque hable con voces de ángeles, aunque pueda entender los misterios, aunque tenga todo el conocimiento, aunque pueda dar todo el alimento a los pobres, aunque pueda dar mi cuerpo para que sea quemado, si no tengo amor, nada ten-go". Gracias. Buenas noches, que la bendición, la paz, la justicia, la solidaridad y el amor, llegue a todas las personas.




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