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EDUCACIÓN EN VALORES: DIFICULTADES Y DESAFÍOS DESDE NUESTRA COYUNTUNTURA.

Hace apenas unas semanas la sociedad asuncena fue fuertemente golpeada por el asesinato de Diego Báez, joven de 15 años, estudiante del colegio Salesiano. El causante de la muerte fue otro joven prácticamente de su misma edad. El motivo: el robo de su mochila. Pocos días después ocurrió otra muerte de características similares en San Lorenzo: ésta ya no fue noticia.

Oscar Martín López sj.

En la calle, por cualquier esquina de nuestros barrios, es cada vez más frecuente ver a niños, adolescentes y jóvenes marginados que huelen pegamento, toman alcohol o fuman marihuana; otros, que viven de pedir algunas monedas, aparcar autos o lavar los parabrisas en los semáforos; podemos observar también adultos, muchos de ellos padres y madres que para procurar el sustento de sus familias, caminan sin parar durante todo el día para poder vender apenas algunos remedios yuyo, unos caramelos, galletitas, o simplemente un par de zapatos.

También encontramos jóvenes que saben mucho de comodidad y vida fácil y muy poco de esfuerzo propio y de trabajo; niños rodeados por la opulencia, pero que no conocen de compañía y de amor. Por las mismas calles de nuestra ciudad y del interior se pasean también culpables de delitos, de robos, grandes atracadores de la propiedad pública, protegidos por la justicia. La verdad callada por el poder, el dinero y la impunidad; sujetos ajenos y despreocupados de la suerte de los económicamente más desprotegidos, de los pobres.

¿El mundo al revés?, ¿crisis de valores?, ¿cambalache, como dice el famoso tango de Marcos Discépolo? Podemos elegir el nombre que más nos guste. Pero hay una realidad que es innegable: en este Paraguay de mediados del 2001 vivimos una profundísima crisis de valores. Es importante poder preguntarnos por qué hemos llegado a ella pero, sobre todo, qué hacer para buscar salidas, para proponer caminos para enfrentarla desde todos los ámbitos y dimensiones de la sociedad. Me voy a centrar en uno de estos espacios: la escuela, entendida ésta como la institución escolar: la educación.

La pretensión de estas páginas es sacar a la luz algunos elementos sociopolíticos que vivimos como país, que inciden en la tarea de la escuela de educar en valores; también lanzar sugerencias con relación al aporte que la educación católica está llamada a realizar en esta temática. Precisar cuál sería su granito de arena en este ámbito para colaborar con otros esfuerzos de la sociedad en salir del pozo en que estamos metidos. Partiré poniendo de relieve algunos aspectos de esta crisis desde la perspectiva del discurso ético tradicional; posteriormente analizaré la responsabilidad de los diferentes actores sociales en la tarea de educar en valores. A continuación sugeriré algunas características de la educación en valores desde la perspectiva cristiana; terminaré sugiriendo algunas pistas de acción.

La crisis de valores desde el sistema socio-económico hegemónico

Hablar de crisis de valores nos conduce, de una u otra manera, hasta el capitalismo: karaku del sistema económico mundial en que estamos inmersos. Pensar que la crisis de valores que nos azota es algo exclusivo del Paraguay, que se debe atribuir a la manera de ser de sus gentes, o a sus actitudes internalizadas tras los largos años de la dictadura stronista, es un engaño. Lógicamente esta traumática experiencia de más de 35 años fomentó, o simplemente incrustó, antivalores que en la actualidad se han convertido en una pesadilla para nuestra sociedad. Pero el problema viene de más lejos, aunque en nuestro caso, tome sus propias características y peculiar dramatismo.
La ética del capitalismo ha sido capaz de permear un sistema social, incluso todavía marcadamente campesino como es el paraguayo. Ciertamente esta ética no se ha dado sola o pura, sino fuertemente mestizada con las peculiaridades de nuestro sistema clientelista. No es el objetivo de este trabajo determinar si el advenimiento histórico de la ética capitalista fue causada por la introducción del monocultivo del algodón en el país, por el impacto sociocultural que significó el torrente financiero proveniente de la construcción de Itaipú, o por alguna otra razón. La realidad es que su influjo se ha introducido no sólo en el modo de hacer política, publicidad o negocios, sino también, en mayor o menor grado, en la familia, en el trabajo, en la escuela, en la Iglesia, en nosotros mismos...
Es una ética que nos invita al individualismo consumista como modo de adquirir identidad y la realización plena; que valora el tener y el despilfarrar sobre todas las cosas. El esquema que maneja es sencillo: la persona vale en cuanto posee cosas que son promovidas por la publicidad. Para eso lógicamente hace falta tener plata. De la plata y la consiguiente capacidad para consumir viene el status como expresión de poder y dominio sobre los otros. Nuestro nombre vale según el cargo que ocupamos. Por ello, en este planteamiento, los títulos universitarios se conciben como modo para competir y conseguir nuevas ventajas, nuevos cargos y más prestigio. En este modus vivendi la solidaridad, la justicia o la hermandad no tienen cabida.
La ética capitalista en su simbiosis con la clientelista toma dimensiones de verdadero escándalo en una sociedad como la nuestra con enormes desigualdades sociales. Aunque todas las clases sociales entraron en este juego de aprendizaje de estos antivalores consumistas, sólo algunos han tenido acceso real a lo ofrecido por la publicidad; la mayoría sin embargo se ha quedado fuera de poder adquirirlas. Y quedarse al margen, una vez que se han despertado necesidades que antes no se tenían, alimenta la frustración y el resentimiento que conduce a distintos modos de violencia .
Al reflexionar sobre la realidad de la marginación y de la violencia el politólogo venezolano Arturo Sosa señala que "más que la proclamada crisis de valores, lo que estamos viendo es la consecuencia de la frustración masiva que produce la imposibilidad de vivir de acuerdo con los valores que nos han impuesto, si se prefiere "enseñado", por los medios... Junto a una estructura de relaciones económicas que impide objetivamente a la mayoría de la población realizarlos en su vida cotidiana, una pequeña élite los vive ostentosamente" . Afirma el autor que es especialmente la clase política la que más ha dado ejemplos de este de despilfarro exhibicionista sin medida.
Esta es la tónica de la mayoría de los países de América Latina, de la cual Paraguay no es una excepción. Echar un vistazo a la prensa diaria, a lo que sucede a nuestro alrededor es darnos cuenta que, aunque hay honrosas excepciones, más que por hombres probos, mayoritariamente estamos representados por delincuentes de cuello blanco; por depredadores del tesoro público, intocables que ni siquiera necesitan guardar el más mínimo disimulo cuando actúan. Corruptos empedernidos que viven para sí mismos o para sus intereses particularistas. Una de las cuestiones más peligrosas de esto es que proyectan en la sociedad, como cosa normal que todo el mundo hace o puede hacer, actitudes y comportamientos que son sencillamente aberrantes.
Si realmente estamos interesados en buscar salidas a la crisis de valores, forzosamente tendremos que cuestionarnos el papel de la clase política y el híbrido modelo de desarrollo que se ha implantado en nuestra sociedad. También es necesario cuestionar la ética de este sistema para aportar en la construcción de otra ética cuyo centro debe estar en el ser humano y no en el clientelismo clonado de mercado. Un orden que respete las legítimas diferencias y promueva la solidaridad como instrumento de verdadero desarrollo; donde unos pocos no se enriquezcan a causa de la pobreza de la mayoría; donde la justicia exista. Este es un desafío que nos convoca a todos, también a la escuela católica que debe responder con una auténtica educación en valores humanos y cristianos.


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