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MUJER ¡LEVANTATE!... UN ENCUENTRO CERCANO CON JESUS

En el mundo hebreo y prácticamente en todo el Oriente Medio, la mujer ha estado sujeta a un total estado de subordinación. En el Antiguo Testamento se leen muchísimos textos en los que se ve a la mujer rebajada a la categoría de objeto, en un lugar social completamente inferior al del varón y estrictamente subordinada a él. Si lo religioso y el templo en sí eran el centro alrededor del cual giraba la vida de un hebreo, las mujeres estaban excluidas de esta "vida religiosa". El no tener el "sello de fe", la circuncisión, las ponía al margen de la comunidad creyente.
Myriam Benegas

Las mujeres en el mundo de los rabinos

No estaban obligadas a observar los mandamientos. No podían estudiar las Escrituras. El desprecio de los rabinos hacia ellas era muy notorio. Así se deja entrever en este texto del Rabbi Eliezer escrito en el siglo I: "Mejor sería que la Tora sea quemada que darla a una mujer ... así pues quien enseñe a su hija la Tora es como enseñarle comportamientos lascivos, obscenos".
Estaban consideradas inferiores a los hombres y debían estar sometidas a su autoridad durante toda la vida. Padre, hermano, marido, hermano del marido en caso de que quedara viuda. Debían obediencia total al marido y eran consideradas un "bien", una propiedad del marido (Ex 20,17)
No podían testificar en procesos, debían permanecer siempre en sus casas, no podían salir o hablar con extraños, y si salían debían hacerlo usando el doble velo. Gozaban de estima solamente en relación a su ser madre. Cuanto más hijos tenían más alabanzas recibían. La esterilidad era considerada una maldición, una deshonra, y el adulterio era castigado con la pena de muerte, puesto que era un insulto al hombre con el que estaba comprometida.
De acuerdo a la estructura del templo, el patio correspondiente al de las mujeres se encontraba cinco escalones por debajo del de los hombres. Su presencia no contaba en absoluto para la celebración del culto en tanto que la de diez hombres bastaba para celebrarlo.

¿Cómo trató Jesús a las mujeres?

Jesús vivió de acuerdo a las costumbres de su época, no se sustrajo a ellas. Negar este hecho sería no aceptar que "se hizo uno igual a nosotros". Lo notorio en él es que, tanto-cuanto estas costumbres lo llevaban a alejarse del proyecto de Dios Padre para hombres y mujeres, él las dejaba de lado y se remitía a "la fuente viva" para enfrentarse a esas ideas recibidas del ambiente determinado en el que le tocó nacer.
En este sentido, todo el actuar de Jesús estuvo dirigido a un tratamiento igualitario a hombres y mujeres. Y eso fue, entre otras cosas, lo más revolucionario de su actuar. Desde el mismo momento en que permite que un grupo de mujeres le acompañe, Jesús da a conocer su postura frente a ellas.
Frente a las mujeres, Jesús demuestra una gran libertad interior. No se deja esclavizar por normas sociales. Al no hacerlo, sorprende a sus apóstoles y a toda la comunidad que le sigue y escucha. En Lc 8, 1-3, se cita a las mujeres que seguían a Jesús entre las que se cita a María Magdalena, Juana, Susana , "y varias otras".
Educado en la tradición judía, que consideraba a la mujer inferior, Jesús no se deja influir por este contexto cultural y las trata como seres que al igual que los hombres son "hijas de Dios" y por tanto necesitadas de salvación. Jesús tiene presente a las mujeres en su cotidianeidad, habla de ellas y de sus actividades diarias tenidas por lo general como despreciadas. Así lo vemos en los textos de Lc 13, 20-21 en los que se habla de una mujer atareada en la cocina, y en Lc 15, 8-10 de la reunión entre amigas y vecinas a celebrar el haber recuperado algo valioso que lo tenían como perdido.
Al poner las actividades diarias de las mujeres como ejemplo, Jesús deja al descubierto la valoración que da a las actividades en sí y más aún a las que las realizan, a las mujeres, personas, criaturas amadas por Dios en plenitud y sin distinciones en relación a las actividades de los hombres.

Jesús enseñó a las mujeres

Sabiendo las mujeres que a Jesús no le desagradaba su presencia; es más, al darse cuenta de que Jesús les da una oportunidad nunca antes tenida, ellas lo siguen, y escuchan con atención la instrucción religiosa que él daba a sus discípulos. Esta postura de Jesús contrasta con aquella que decía que las mujeres eran indignas de ser enseñadas en lo referente a la ley y los profetas.
Lc 10, 38-42 describe su visita a la casa de Marta y María. A la petición de Marta de: " Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para atender? Dile que me ayude". Jesús le responde: "Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada."
Con esta actitud Jesús, hombre de su tiempo, que sabe que las mujeres deben estar en las cosas de la casa, preparando la comida, sirviendo, organizando, pone como "muy importante" el formarse, el instruirse.
El que María, una mujer, escuche el mensaje que Dios tiene tanto para hombres como para mujeres, es fundamental para Jesús en ese momento y así se lo hace saber a Marta. Pone de relieve que la mujer puede y debe ampliar un poco más su horizonte. Que puede y debe acceder a una formación. Que puede y debe "no preocuparse ni perderse en miles de cosas" (el mundo de la cocina, de la limpieza, de los niños, de lo rutinario), que puede y debe buscar participar en la sociedad, y que puede y debe buscar recibir con seriedad y con responsabilidad "la mejor parte", aquello que no nos puede ser quitado.
En este punto es urgente que -como mujeres- tomemos conciencia de que cada una, en el rol que nos toca desempeñar, debe, de manera responsable, formarse. Que si somos mamás, nos formemos en todo lo que atañe al rol de madre; que si somos maestras veamos las nuevas tendencias en educación y sigamos de cerca sus cambios.
Exige que realicemos el trabajo que nos toca realizar, de la mejor manera posible, y a la manera femenina, sin copiar patrones de conducta masculinos.
Los acontecimientos que se van sucediendo a diario exigen de nosotras esta formación a la que Jesús no sólo nos llama, sino que nos empuja y nos apoya
Jesús utilizó términos que trataban a las mujeres como iguales en dignidad a los hombres. En Lc 13,16 Jesús utiliza una expresión sin paralelo. Al referirse a la mujer a la que cura luego de 18 años de estar poseída de un mal espíritu, Jesús dice: "Esta es hija de Abrahán". La expresión "hijo de Abrahán" era utilizada comúnmente para referirse con mucho respeto a los judíos cumplidores de la ley. Con esta expresión Jesús quiso significar que la mujer tiene el mismo status que los "hijos de Abrahán".
En este aspecto, da gusto y es importante alzar la voz para afirmar que las categorías de superior/inferior; amo/esclavo/a son totalmente ajenas al mensaje de Jesús, ajenas al Evangelio.
Jesús rompió siempre ese esquema. Al hablar de la construcción del Reino de Dios puso énfasis en que tanto hombres como mujeres debemos unirnos en una comunidad de hermanos y hermanas en las que la base del relacionamiento se dé, no en sentimientos y actuares de superioridad o inferioridad, sino en sentimientos y actuares fraternos, solidarios.
Jesús no ocultó las diferencias entre hombres y mujeres, pero en su lenguaje no dejó nunca que las diferencias se conviertan en desigualdad.

La hija de Jairo

Jesús nunca tuvo inconveniente en que las mujeres se acercaran a él afligidas por sus dolencias. Su intención fue siempre sanar, devolver la vida, animar la vida. Así sucede con la hija de Jairo (Mc 5, 22-24.35-43 ). En este pasaje, Jesús con mucha sencillez da muestras de preocupación hacia una familia. Se preocupa de una niña-mujer. No se queda indiferente y se pone en camino para restaurarle la vida.
Jesús le dice: Talitá Kumi, que quiere decir "Niña, te lo digo, levántate". Este Talitá Kumi, apunta en primer lugar a que le sea devuelta a una niña el funcionamiento fisiológico de sus órganos vitales. En segundo lugar, apunta a una posición y vitalidad a la que todas las mujeres, desde nuestro despertar a la adolescencia, nos debemos sentir llamadas y empujadas a sumir de forma responsable en el medio ambiente en el que estamos.
Nos apunta Jesús específicamente a nosotras las mujeres:
A gustar de la vida, a levantar la mirada hacia todo lo bello que hay en ella, a descubrirla en sus mil y un colores bonitos.
A buscar la alegría en lo simple, en lo rutinario.
A no cargar sobre nuestros hombros todos los acontecimientos del mundo, sintiéndonos culpables por todos y cada uno de ellos.
A no avergonzarnos por no tener un trabajo remunerado, o por salir a trabajar y dejarle a nuestros hijos, o por ser muy sensibles, o por no tener el tiempo que quisiéramos para estar con los que queremos o con lo que hacemos.
Nos apunta a alegrarnos por sentirnos vivas, por ser mujeres, con una sexualidad plena a ser descubierta y vivida en sentido gratificante, sin tantos miedos y tabúes.
Nos apunta a "alimentarnos" de relaciones vitalizantes, de amigos y amigas que despierten y reaviven en nosotras nuestro ser femenino, exento de un destino trágico, sufriente, opresivo y nada gratificante.
Nos apunta a un no a la pasividad. No, a dejar pasar los días y los años porque "ya no hay nada que hacer". No, a dejarnos vencer por la pereza y la desidia. No, a la espera de que alguien solucione los problemas nuestros de pareja, de relacionamiento con nuestros hijos, con nuestros colegas y por sobre todo con otras mujeres con quienes no nos sentimos solidarias.

¡Levántate y anda!

Vivamos a todo pulmón, respiremos ese aire nuevo que nos da el contacto con Jesús y con su Dios de la Vida.
Levantémonos, pongámonos en pie. Alimentémonos con este alimento que Jesús nos lo ha puesto en las manos.
Realmente Jesús nos quiere ver a las mujeres en pie. Lc 13,10-17 nos lo relata en la curación en sábado de la mujer poseída durante 18 años por un mal espíritu. Jesús la vio y la llamó. Luego le dijo: "Mujer, quedas libre de tu mal", y le impuso las manos. Al instante se enderezó y se puso a alabar a Dios.
Una mujer encorvada. ¿qué la habrá encorvado tanto que ni siquiera se comenta que alzó la vista para pedir a Jesús su sanación? ¡Muchos pesos!
La espalda doblada de esta mujer es la imagen viva de todas las cargas, sometimientos y humillaciones que viven tantas mujeres, ya sea por ignorancia, por miseria, por falta de trabajo o por trabajos tan indignos. Cargas que los prejuicios, las discriminaciones de la sociedad, la asignación de funciones estereotipadas nos han obligado a ir doblando la espalda, a caminar encorvadas, disminuidas, con un horizonte limitado.
Es Jesús nuevamente el que en este pasaje toma la iniciativa de curar, sanar, restablecer a una mujer su dignidad de persona, su dignidad de mujer social.
Jesús libera en ella los pesos de miles de mujeres que lloran su miseria, su debilidad, el hambre de sus hijos y compañeros, la falta de trabajo, de educación, de salud, de vivienda digna. Jesús libera en esta mujer el agobio de tantas mujeres despreciadas por ser pobres, por ser mujeres, por tener hijos.
Esta curación física la hace Jesús en un día sábado. ¿Por qué? Porque a más de querer levantar a las mujeres a que miremos el futuro desde una posición que Dios Padre nos dio al hacernos a su imagen y semejanza, una postura vertical que en su posición correcta tiene muchísimo que aportar a la sociedad, él quiere mostrar a las personas que estaban en su entorno y a los que lo observamos desde nuestra realidad actual, que la observancia ciega a la ley sin un amor a la persona, al prójimo, no sirve a los ojos de Dios.

Conclusión

Dios para hacer posible la redención, tuvo que dejar que Jesús se haga carne, se haga uno de nosotros en todo.
Esta encarnación no tuvo nunca un carácter universal, mejor explicado, la encarnación tuvo sus límites. Jesús perteneció a una civilización, a una raza particular, a un ambiente específico, y por tanto vivió de acuerdo a las costumbres de los judíos de su época. Jesús fue siempre un fiel cumplidor de la ley.
Pero Jesús tuvo una gran libertad interior, una permanente "consulta" con la voluntad del Padre, que hizo que la fiel observancia de la Ley no lo encegueciera. Esta libertad interior unida a su profundo amor hacia los despreciados de su época y su actuar crítico en relación a las clases privilegiadas hicieron poner en marcha un movimiento de conciencias que se extiende ahora hasta nosotros.
Y es que Jesús no fue un conservador. Todas sus actitudes fueron y son revolucionarias.
Su escucha atenta a Dios Padre hizo que él en todo momento se distanciara de la letra de la ley que mata, que agobia, que crea opresiones, que crea enemistades y divisiones, que crea situaciones de inferioridad y superioridad. Su escucha lo hizo remitirse a la ley del amor de Dios que une, vitaliza, alegra, regenera, crea lazos de ser y de actuar que permiten que la sociedad sea más solidaria.
Jesús en su época vio en las mujeres a personas, no a simples entes con roles específicos, sino per-so-nas.
Y vio que ellas necesitaban ser aceptadas y escuchadas en primer lugar por las personas de su entorno, y que necesitaban ser escuchadas también por un Dios que nunca estuvo lejano de sus realidades sino al que lo pintaron lejano y distante de todas sus realidades
Es este Jesús el que les brinda un espacio, un espacio para "estar", para sentarse, para compartir momentos de vida, experiencias de lo cotidiano con sus "iguales" los hombres.
Un espacio para crecer, para empezar un proceso de formación hacia algo más de aquello a lo que el entorno ha constreñido a las mujeres, entendiendo que Jesús nos ha demostrado con acciones concretas que Dios nunca ha limitado a las mujeres a un círculo cerrado de oportunidades de participación, siendo así que desde el comienzo nos hizo a su imagen y semejanza
Los encuentros de Jesús con estas mujeres me ha tocado muy de cerca. ¿Por qué? Porque necesitamos encontrarnos con Jesús de frente, de cara, todas enteras.
Mujeres, creadas con el infinito amor del Padre para brindar con nuestra tonalidad, afecto, sensibilidad, puntos de vista, criterios, un bagaje de conocimientos, que tenemos, que están en permanente estado latente, pero que por sentimientos de inferioridad ancestralmente colocados en nosotras, no pueden desprenderse y remontarse hacia lo que realmente somos.
Necesitamos encontrarnos de frente con Jesús. El evangelio es una vez más la respuesta.
Necesitamos encontrarnos con Jesús en la oración íntima con el Padre, para amarnos y aceptarnos en nuestro ser mujer, para aceptar nuestras falencias, para asumir nuestras limitaciones, pero más que nada para armarnos de valor para apartarnos de algunas costumbres que han pasado a ser "norma" en la sociedad.
Necesitamos salir del molde de aquello de hacer siempre lo mismo, "porque siempre se ha hecho así".
Necesitamos encontrarnos con Jesús para sentir la fuerza de la revolución que él inició. Nos toca a nosotras tomar la causa por él iniciada y continuarla en un clima de solidaridad y respeto, pues Jesús fue bien claro al demostrarnos con sus acciones, de que no son las costumbres ni las tradiciones, ni la ley, sino la verdad la que nos hará libres.
Mantenernos erguidas, resucitar a la vida en todas las facetas de nuestra vida de mujeres y en el rol en el que nos toca actuar, esa siento yo que es la invitación de Jesús a las mujeres de hoy.
Y yo, Myriam, mujer, en mi rol de hija, hermana, esposa, madre, amiga y educadora, digo que sí a su invitación, sintiendo en mi corazón el gozo de saberme invitada de una manera muy especial.

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