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Camino hacia la autodeterminación

Aun votando democráticamente, el país carece de opciones reales. El poder político se juega entre grupos sin escrúpulos ni continuidad. El juego de alianzas y contubernios se hace y deshace con facilidad y rapidez. Actuamos todavía, aun dentro de formas democráticas, como una nación sin futuro

Josè Carlos Rodrìguez 


Democracia formal, sin realizaciones

Desde hace 11 años en Paraguay terminó la opresión política del Estado. Hoy tenemos los mecanismos que nos permiten la autodeterminación colectiva. Y en alguna manera los estamos usando. Cuando se pregunta a la gente común si estarían de acuerdo en limitar las libertades –a lo largo y ancho de la geografía o de la sociedad– la inmensa mayoría dice que no quiere renunciar a su libertad, ni restringir la de los demás.
Esto todavía no es una democracia sustantiva, aunque ya constituye su premisa. Hay democracia cuando se construye en libertad, voluntariamente, la autodeterminación colectiva en emprendimientos que llevan a la solución de los problemas comunes; cada cual, con los demás –confiando en los demás– que también cuentan con nosotros.
El camino de una democracia formal, esto es, de las formas que posibilitan el ejercicio de la autodeterminación, hacia una democracia sustantiva, esto es, al ejercicio de la autodeterminación (que estas formas vuelven posible), ese sendero, resulta difícil de recorrer. 

Se elige, pero sin opción 

En las últimas elecciones la gente otra vez votó en forma libre y el conteo de votos se hizo en forma limpia. Eso no excluye algunas manchas. 
Por ejemplo el resultado, en casi el 20% de las mesas, resultó sospechoso porque los miembros de la mesa entregaron su trabajo a otros que son quienes firmaron las actas. Se dice que en muchos casos, pudieron haber sido comprados los encargados de las mesas y por eso ellos abandonaron su puesto.  Pero el Tribunal Electoral no puede estar en todo: Si no hay ninguna objeción al acto comicial que está a cargo de cerca de 10 mil equipos encargados de mesas, el tribunal no tiene medios jurídicos para cuestionar los resultados.
Sin embargo, el real problema no está en la forma sino en que se elige, por qué y para qué. Tuvimos dos opciones políticas electorales: Argaña y Franco. Otras eran expresiones sin valor político electoral. 
Detrás de Argaña estaba lo que queda de la unidad nacional. Los colorados oficialistas y lo encuentristas están realizando un gobierno cuya voluntad política real principal no se dirige primordialmente hacia la resolución de los problemas reales, sino a sostenerse en el gobierno, incluso a costa del estancamiento económico, de la corrupción, de la parálisis administrativa y con carencia de propósitos, planteos y programas que asuman la gravedad de nuestros males con la valentía necesaria para enfrentarlos. Votar a Argaña fue votar más de lo mismo, por la prosecución de nuestro atraso, por la corrupción de Estado, por el clientelismo que a través de favores elude el servicio público.
Del otro lado estaba Franco y con él la actual oposición. Ella está formada oficialmente por el liberalismo y extra oficialmente por el oviedismo. Estas dos fuerzas con una pacto explícito o tácito, celebrado o simplemente ejercido de facto, funcionaron como una sola fuerza político electoral, unificaron aparatos, celebraron juntos su victoria y cada cual se sintió parte de la misma travesía, que en general puede sintetizares como una opción por el cambio de los funcionarios que gobiernan. 
Los oviedistas expulsados del gobierno luego de cometer sus crímenes, en marzo de 1999, y los liberales expulsados del poder en la mayor parte del siglo XX, ambos quieren ahora gobernar, y a toda costa. Los dos quieren un cambio que consiste en cambiar de jefatura, cambiar el gobierno de los adversarios por un gobierno de los aliados. 

Nuevos hechos, sin futuro

Hay cambios notables. La derrota en elecciones nacionales del coloradismo –en realidad, la derrota de cualquier oficialismo en elecciones– es algo que nunca había ocurrido en nuestra historia. Es verdad que el cargo de vicepresidente es más simbólico que de real poder; pero los símbolos no son poca cosa: son nada más ni nada menos ensayo general de la conformación de una mayoría, apenas pequeña, pero mayoría, capaz de cambiar en serio el poder real, la próxima vez en que haya elecciones.
Sin embargo, una vez más, la vigencia de las formas democráticas no viene acompañada por la conformación de resultados políticos destinados hacia la resolución de los problemas del Paraguay, ni hacia la conformación de una fuerza que tendría ese empeño como la dirección de su actuar. 
La unión liberal-oviedista, que ha sido siempre evidente aunque vergonzante, tiene inmensas repercusiones dentro del liberalismo. El discurso liberal está profundamente transformado. De una oposición más o menos principista, vemos ahora desplazarse a su gente hacia la apología de la real política y hacia el encubrimiento de los crímenes de sus compañeros de ruta. Los liberales están –en ese sentido– oviedizados y oviedizándose cada día más.  En cambio los oviedistas no parecen transformados, ni transformándose. No parecen liberalizados. Parecen haber tomado esta victoria como una victoria más, y reivindican solamente su fuerza: ningún compromiso con un proyecto que no fuera conseguir que sus crímenes sean limpiados con el olvido, la confusión, la chicanería jurídica o la fuerza. 
Ganada la batalla en el escenario nacional, el oviedismo acaba de ganar otra más brillante victoria en el escenario internacional, liberando a sus sicarios de la cárcel de alta seguridad argentina, para restar evidencias a los procesos penales que deben determinar la criminalidad de su dirigencia. Y con pilas nuevas, ahora el oviedismo se prepara para ganar una decisiva batalla en la interna de los colorados, su partido de origen. La lucha entre Bader Rachid Richi, el representante del coloradismo conservador; y la candidatura de Nicanor Duarte Frutos, que alienta la renovación partidaria,  está prácticamente decidida hacia el primero porque ya hizo, como Franco, alianza con el oviedismo. 
El oviedismo, que aparece como no pudiendo ni dejando gobernar, cuya fuerza parece basada en la falta de escrúpulos de los demás dirigentes políticos y en la falta de sentido ciudadano del elector/a; en realidad oculta otra realidad, más terrible y mucho más temible: La dificultad de autodeterminación real de la gente. Se vota castigo, se vota poder, se vota favor, se vota ambición; no se vota proyecto, no se vota gestión, no se vota bien común, no se vota voluntad colectiva de cambio, no se vota por el compromiso. 
Si no estuviéramos sometidos a la servidumbre de las presiones internacionales, lo más probable es que las formas de nuestra democracia ni se hubieran ni instaurado, ni sostenido por mucho tiempo. Pero esas niñeras externas no logran hacernos construir en libertad un país aceptable para nosotros mismos que suscite lealtad y compromiso. No nos dejan romper las reglas, es cierto, pero tampoco llegamos a alentar la voluntad colectiva de jugar con estas reglas el partido de un proyecto propio: con desarrollo, justicia y cultura. Solo apostamos a la ambición, a la astucia, a la treta, al truco, al predominio o a la resignación, al peor es nada, a los hechos consumados, a someternos al más fuerte, a optar por lo menos malo. 
Centenares de hombres y mujeres del Paraguay piensan y actúan de distinto modo. Tienen planes de vida llenos de sentido, de fecundas realizaciones. Hay acá y allá, nunca faltan, donde uno mire, centenares de iniciativas llenas de realizaciones formidables y esperanzadoras. Pero estas iniciativas del otro Paraguay, del que funciona, no terminan por definir la orientación de nuestra vida colectiva: no alcanzan a tener predominio, sino al revés. Cuando nos miramos a nostros mismos desde lejos y en el conjunto, como colectividad nacional, vemos como actuamos todavía, aun dentro de formas democráticas, como una nación sin futuro.

Los liberales están –en ese sentido– oviedizados y oviedizándose cada día más. En cambio los oviedistas no parecen transformados, ni transformándose. No parecen liberalizados. 

Ganada la batalla en el escenario nacional, el oviedismo acaba de ganar otra más brillante victoria en el escenario internacional, liberando a sus sicarios de la cárcel de alta seguridad argentina

Se vota castigo, se vota poder, se vota favor, se vota ambición; no se vota proyecto, no se vota gestión, no se vota bien común, no se vota voluntad colectiva de cambio, no se vota por el compromiso

Centenares de hombres y mujeres del Paraguay tienen planes de vida llenos de sentido, de fecundas realizaciones. Hay iniciativas llenas de realizaciones formidables y esperanzadoras. Pero estas iniciativas del otro Paraguay no terminan por definir la orientación de nuestra vida colectiva
 
 
 
 
 
 

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