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Asumamos la Esperanza

"No es bueno nunca hacerse de enemigos
que no estén a la altura del conflicto.
Que piensan que hacen una guerra
y se hacen pis encima como chicos..."

Fito Páez


Miguel Humberto González SJ 


Después del domingo 13 de agosto, se nos hace difícil entender y explicar los hechos, y mucho menos suponer como sigue esta historia. Podríamos decir que hasta entonces el escenario político paraguayo se asemejaba a uno de esos filmes del far west, de costosa producción, pero de tan pobre contenido argumental, que no es difícil predecir como terminan. Una vez más cerrábamos un proceso eleccionario donde el despilfarro de dinero no había sabido ofrecer propuestas claras, y contrastaba con la situación económica acuciante de una gran parte de la población.
La ausencia de alternativas válidas con verdaderas posibilidades de éxito, la elección de un cargo poco menos que decorativo, la convicción de que no había mucho por cambiar, predijeron (entre otros factores) un alto índice de ausentismo, primero, y de votos blancos y nulos después. Los pactos nefastos y el descaro por pedir votos a cualquier precio, contribuían a una escenografía carente de atractivos. Era evidente que muchos fueron los que perdieron el entusiasmo con solo ver la cartelera.
Para los espectadores todo parecía estar cantado. A pesar de la estrecha ventaja que mostraban los sondeos, el candidato oficial se impondría, y al día siguiente, ésta no sería sino una película cara, alquilada por error.
Pero esa tarde - noche, en medio de los bostezos de aburrimiento con los que solemos esperar que el video termine pronto, nos encontramos con una escena inesperada. Nuestras pantallas se partieron en dos para mostrarnos por un lado a eufóricos adherentes azules (y rojos) festejando la ventaja; y a un conglomerado colorado, por el otro, que con una alegría artificial intentaba maquillar el nerviosismo por la amenaza de la derrota.
Lejos e irreales parecían quedar aquellas últimas elecciones de mayo del 98, en que apenas cerradas las urnas ya se sabía que un aplastante 54 % había volcado el triunfo para el resquebrajado partido gobernante. Esta vez, sin embargo, no ganaban los cow boy, prepotentes y certeros, sino los indios, de rifles traficados y flechas incendiarias y traicioneras. Y así imponían la presencia suficiente para alcanzar el empate con ambición de victoria.
¿Era tan mala la película, como para no mostrar la supremacía de los legendarios? ¿Cómo entender a estos malos actores que se salían del libreto tradicional? ¿Cómo explicarle a este relato que en esta oportunidad era inútil la alternancia? Para colmo, si algo hacía falta para sembrar desesperanza e incertidumbre, tuvimos la sensación de que con la aparición de viejos fantasmas, esta película de acción se transformaba en una de terror.
¿Cómo sigue esto? era la pregunta generalizada cuando no aparecía "the end". Y de pronto nos descubrimos dentro de un filme que no era tal sino la realidad misma. Una realidad en la que la barricada de la apatía nos oferta su refugio, del mismo modo como lo hizo hace dos años a los azorados testigos del triunfo de Cubas, Argaña y Oviedo. Permítaseme sin embargo afirmar que hoy no podemos aceptar el ofrecimiento.
Aún cuando la sombra del funesto personaje desterrado, hoy parece recuperar protagonismo, no será la sumisión la que nos induzca a resignarnos. No ahora en que la memoria nos proyecta imágenes y rostros de un marzo paraguayo. No en este momento en que sabemos que la antítesis física de Goliat no es invencible. No cuando sabemos con certeza que en esta tierra hay materia prima de democracia limpia, resistente al lodo con el que sus dirigentes pretenden sepultarla.
Es el momento de apostar a la esperanza, de creer que no hay incertidumbre capaz de oscurecer el rumbo. Es cierto que esta nueva aventura tiene un alto costo en todos los sentidos. Es probable que muy pronto caigamos en el debate inútil de posturas encontradas y paralizantes. Pero también es posible que en este imprevisto, muchos héroes dormidos en las anécdotas de victoria, escuchen el reclamo de la historia. Es hora de pensar que a Paraguay ha entrado una crisis que a diferencia de otras, por fin es buena, pues afecta a las ideologías mentirosas y esclavizantes. Y que no es desacertado creer que poco a poco se van abriendo otros espacios. 
Dejemos que los éxitos pasajeros y las ambiciones frustradas consuman a quienes han elegido ser enemigos de la honestidad con tal de poseer migajas de poder. Dejemos que la historia los olvide. Dejemos que caigan empachados de sí mismos. No se trata de dejarlos hacer lo que quieren, sino de quitarles el sitial en el que creen estar subidos.
Mientras tanto, por idealista que parezca esta propuesta, animémonos a preparar una nueva película donde no ganen indios ni cow boy, sino paraguayos. Donde el desafío consista en que cada uno de nosotros redescubra su papel protagónico, y lo asuma con la misma perfección con la que se procura un Oscar. Por encima de todo: asumamos la esperanza.
 

La ausencia de alternativas válidas con verdaderas posibilidades de éxito, la elección de un cargo poco menos que decorativo, la convicción de que no había mucho por cambiar, predijeron (entre otros factores) un alto índice de ausentismo, primero, y de votos blancos y nulos después.

Es hora de pensar que a Paraguay ha entrado una crisis que, a diferencia de otras, por fin es buena, pues afecta a las ideologías mentirosas y esclavizantes.
 
 
 
 

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