.
.

El Cambio

La palabra “cambio” se ha utilizado mucho en el discurso político paraguayo. Pero ¿qué significa “el cambio”? ¿Qué cambios necesita el Paraguay de hoy? ¿En qué puede contribuir el ascenso a la vicepresidencia de un liberal para que se realicen realmente estos cambios?

Esteban Caballero Carrizosa


En general, “cambio” tiene un valor positivo, mientras que “continuismo” tiene un valor negativo. Algo similar pasa con palabras como “unidad”, “reconciliación”, “consenso” que también tienen una valoración positiva, en contraposición a “sectario”, por ejemplo. No obstante, la valoración que tienen los conceptos en el discurso político, no siempre encuentran su expresión cabal en la praxis política. El sistema de partidos en el Paraguay ha venido sufriendo un proceso de creciente fragmentación con la existencia de movimientos internos que actúan a veces como estructuras partidarias independientes, en un ambiente en el que no existe una visión de país que aglutine a la ciudadanía y a las elites políticas en torno a un rumbo determinado. Por otro lado, el “cambio” muchas veces tiene una resonancia meramente epidérmica que se constata mediante la rotación de figuras políticas en los puestos de toma de decisión sin un cambio en cuanto a los estilos de gestión pública o en los resultados de esa gestión.

¿Qué significa “el cambio?” El problema es que la palabra tiene una acepción tan genérica que se presta a tantas lecturas como lectores hay. No obstante, ensayemos algunas grandes líneas de interpretación, que no dejan de estar sesgadas por una visión del mundo.

1. Uno de los grandes temas es la cuestión de la pobreza. Según las últimas estimaciones de la Dirección General de Encuestas, Estadísticas y Censo, un 32% de los hogares viven en situación de pobreza. Esto implica que alrededor de un 45% de la población infantil vive en condiciones pobreza, ya que una de las características de los hogares pobres es tener familias más numerosas. Esto tiene que cambiar. 
2. Datos del Banco Mundial nos indican que existe una enorme inequidad en la distribución del ingreso. El 20% más rico absorbe el 62% de la riqueza y el 10% más pobre absorbe tan sólo el 0,7%. Las cifras que nos hablan de la concentración de la propiedad de la tierra, uno de nuestros más preciados recursos productivos, confirman con creces esta tendencia. Esto tiene que cambiar.
3. A falta de datos más concretos, se puede aseverar que es asombrosa la riqueza personal de ex funcionarios del Estado que no tenían patrimonio familiar antes de ingresar a la función pública y que posteriormente acrecentaron el mismo en proporciones que son inexplicables si tomamos en cuenta el sueldo que percibían por sus servicios. El Estado patrimonialista-autoritario del período de Stroessner generó un proceso de acumulación de capital mediante la desviación de fondos públicos a manos privadas que persiste aún hoy y que desangra los escuálidos recursos financieros existentes para apoyar los servicios de la salud, la educación, la cultura, la inversión productiva, etc. Esto tiene que cambiar.
4. El producto interno bruto per capita de hoy es más bajo que el de 1982. Se está viviendo una recesión económica que tiene que ver con el agotamiento de un modelo de desarrollo, basado en la exportación de unos pocos rubros agropecuarios y con una ventaja comparativa que consistía en la triangulación fronteriza que nos ha valido la fama de contrabandistas y expertos en piratería. Fama mal ganada además porque mucho de este tráfico está en realidad capitaneado por mafias extranjeras, brasileñas, chinas, árabes, etc con las que el paraguayo colabora mediante el permiso político o como mano de obra. Esto tiene que cambiar.
5. Vivimos en un Estado que tiene la paradoja de consumir mucho en gastos corrientes sin generar inversión pública. Nuestros impuestos se van a sueldos, facturas de teléfono, alquileres, que luego terminan en las inmobiliarias, los supermercados y las financieras para prestamos personales. Los profesionales del Estado deambulan por las oficinas tratando de hacer algo de lo que se les ha asignado hacer, pero sin los mínimos recursos para poder ejecutar los planes y programas. Obtener tinta para la impresora u hojas para fotocopias puede ser toda una odisea en las oficinas públicas. Esto tiene que cambiar.
6. Mientras tanto, el “cuoteo” político se ha vuelto el “nuevo estilo de hacer política”. La terna con un encuentrista, un liberal y un colorado está por encima de cualquier juzgamiento respecto a los méritos profesionales o la idoneidad de las personas. Ser ciudadano paraguayo es un aditamento circunstancial a la identidad partidaria. Esto tiene que cambiar.

En qué puede contribuir el ascenso del liberal Julio Cesar Franco a la vicepresidencia para realmente realizar estos cambios. Desde una perspectiva estrictamente institucional, muy poco. El alcance de los poderes del vicepresidente no da como para afectar el proceso de toma decisiones de manera efectiva en el seno del Poder Ejecutivo. El mismo está a la espera de un eventual reemplazo del Presidente en caso de acefalía y para coordinar las relaciones entre el legislativo y el ejecutivo. Más allá de eso puede tener influencia por sus rasgos personales, su autoridad moral o intelectual y en esta coyuntura específica (por el origen del actual presidente) el vicepresidente tiene también un poder de legitimación o de deslegitimación, dependiendo de su discurso y de su accionar. 
Aparte de las características institucionales de la función que ocupa uno podría analizar la cosa desde una perspectiva más política. El vicepresidente como factor de influencia política. Desde esa perspectiva, hay cuestiones que podrían ser atendidas. Una de ellas es la cuestión de la reforma del Estado. En ese campo existe una feliz coincidencia entre el vicepresidente y el presidente. El Partido Liberal utilizó la bandera de la Reforma del Estado como uno de sus temas predilectos y gran parte de la ruptura con el gobierno de coalición se debió –dicen– porque la reforma del Estado no se estaba cumpliendo. Ahora, el Dr. Julio Cesar Franco podría ser gestor de una mayoría parlamentaria que brinde apoyo crítico al proceso de reforma. Lastimosamente, el tema de la reforma del Estado está muy constreñido a la privatización y reducción del personal del Estado. Otras cuestiones, como la reforma de la gestión pública o la descentralización llegan a tener menos realce, si bien no son menos importantes. 
Las posibilidades del vicepresidente de ser gestor de una mayoría parlamentaria se hace difícil postular porque las cámaras, sobre todo la de diputados, viven bajo el signo de lo impredecible. Dentro de su propio partido el Dr. Franco tiene que equilibrar las voluntades de Sombrero Piri, Cambio lainista, Cambio wagnerista y línea independiente. Luego está la alianza táctica con el oviedismo. ¿Qué pasará con ellos? ¿Qué pedirá cada uno a cambio?
Sobre el tema del cuoteo político es difícil que se den cambios. En realidad es muy probable que para muchos liberales y oviedistas la idea del “cambio” tenga que ver con un cambio de guardia. Es ese cambio epidérmico del que hablábamos anteriormente. Existe la tendencia a interpretar que el cambio para el liberal no sea más que un liberal en el poder. En torno a esta cuestión subyace el problema de la cultura política “autoreferenciada”. ¿Qué significa esto?. Se trata del hecho de que la praxis política de los partidos está volcada a la valoración de lo externo a partir de los intereses del partido o del prisma partidario. Así, la cuota de poder para el partido es un valor superior, por encima de lo ético, de lo idóneo, del resguardo del interés público. La ascendencia que tiene este valor autoreferencial en la cultura político-partidaria vuelve muy improbable que el nuevo vicepresidente pueda efectuar un cambio en ese plano.
Finalmente, otro tema que nos parece importante tomar en cuenta aquí es el sobredimensionamiento tan grande que existe respecto a lo que significa la presencia de una u otra persona en un puesto. Es este personalismo el que impide que la gente tome conciencia respecto al carácter sistémico de los problemas que nos aquejan. Una persona brillante, moral y enérgica puede estar al frente, pero el peso del sistema es tan grande que en poco tiempo lo puede hacer aparecer como el más incapaz de los incapaces. Para que un partido o un líder político pueda realmente provocar un cambio, tiene que pensar de manera sistémica. La centralidad que tiene todavía el liderazgo carismático en nuestra cultura nos aleja de este aspecto más racional del problema y es ahí donde se generan las ineficacias e ineficiencias de las que adolece el Estado. Encarar la lucha contra la pobreza, o orientar la reconversión productiva del país son propósitos que tienen tal complejidad relacional que el liderazgo carismático tradicional sólo puede apoyar aportando su capacidad movilizadora. De ahí en más hay que apelar a los diagnósticos, a la técnica, a la articulación de una serie de piezas que posibilitarían el cambio de sistema.
 

Es muy probable que para muchos liberales y oviedistas la idea del “cambio” tenga que ver con un cambio de guardia. Es ese cambio epidérmico del que hablábamos anteriormente.

Para que un partido o un líder político pueda realmente provocar un cambio, tiene que pensar de manera sistémica. La centralidad que tiene todavía el liderazgo carismático en nuestra cultura nos aleja de este aspecto más racional del problema y es ahí donde se generan las ineficacias e ineficiencias de las que adolece el Estado.
 
 
 
 

Accion     Top
.© Derechos Reservado Uninet - Asunción, Paraguay