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UNA ETICA DE LA COMUNICACIÓN SOCIAL
 

(A propósito del Documento de la Santa Sede en el Jubileo de los Comuni-cadores)
José Miguel Munarriz

Hace ya unos decenios, la UNESCO, organismo de las Naciones Unidas para la Edu-cación y la Cultura, publicó un libro que fue recibido con extraordinario interés  por los especialistas en la materia: “Un solo mundo, voces múltiples”. Era una obra de carác-ter colectivo. Los más importantes autores del mundo de la Comunicación Social (Co-municadores y Comunicólogos) habían colaborado en su preparación y redacción. Lo publicado era inquietante y había sido publicado con la intención de despertar las con-ciencias a propósito de un problema que ya entonces cobraba gran interés y que la mis-ma obra preveía que en los decenios siguientes se iría agravando.
Esa geosfera que es la Tierra aparece rodeada por una novedosa esfera, la de la co-municación social, que como una gran red va, día a día, espandiéndose y haciédose más tupida y fuerte, compuesta  por toda clase de mensajes (gráficos, sonoros, icónicos, digi-tales...), que saltan desde los comunicadores y alcanzan a toda clase de perceptores en el mundo entero, con una fuerza tal, que afecta a la manera de ver el mundo, a los valores tradicionales, a las culturas y a los pueblos. 
Esa nueva esfera de comunicación, podría ser vista con alegría y esperanza. Median-te ella este mundo tan dividido (Primer mundo, Segundo mundo y Tercer mundo) po-dría llegar a ser un solo mundo. Pero para que esto pudiera ser una realidad, había que tomar conciencia y corregir algunos aspectos de la situación que viciaban absolutamente la red, tal como iba creciendo. 
Se trataba de un grave problema ético. Mejor dicho, de una serie de graves proble-mas éticos. El primero es que los mensajes enviados, sea  por lo que denotan o por sus connotaciones (incluso por una carga subliminal no pocas veces pretendida), sea por su propia abundancia, tienden a crear el perceptor acrítico, capaz de tragar sin inmutarse, cualquier idea o cualquier antivalor, llegando a poner en entredicho o a despreciar su propia cultura. El segundo es que para producir y enviar mensajes, se necesitan medios tecnológicos cada vez más sofisticados y caros, que sólo están al alcance de los econó-mica o políticamente más poderosos. El tercero, que es el que con mayor fuerza denun-cia el libro que estamos comentando, es que el flujo de la comunicación mundial sigue un curso que, fundamentalmente, va desde los pueblos y personas más poderosos, hacia los menos poderosos: del Norte al Sur, del  hombre blanco al hombre de color, del va-rón a la mujer, del alfabetizado al analfabeto... Esto tercero, esta orientación del flujo comunicacional agrava en forma decisiva la incidencia ética de los dos primeros. En ese solo mundo, no hay voces múltiples, como sería conveniente y necesario, sino una sola voz, la de los poderosos. 

En el año 2000
En las postrimerías del siglo XX, vamos todos tomando conciencia de la necesidad de una ETICA DE LA COMUNICACIÓN. Desde que se publicara el libro de la UNESCO hasta hoy, la red de mensajes que recorre la humanidad, se ha ampliado, se ha hecho más fuerte y penetrante. La capacidad de emitir MENSAJES es un poder. Tam-bién lo es la capacidad de elegir los Medios a los que el perceptor quiere “exponerse”, así como la de disponer de mayor volumen y de mayor selección de información. ¿Có-mo se maneja ese poder? ¿Cómo nos manejamos los perceptores frente a ese poder? En la utilización de cada uno de estos dos poderes (el de los emisores y el de los percepto-res de la comunicación) hay responsabilidad y donde hay responsabilidad humana, hay un problema ETICO.
También somos conscientes de que estamos en los umbrales de una nueva era de la comunicación. Los adelantos técnicos son tales, que ya estamos en la era de la informá-tica y de la computarización de la información. Adelantos como la cada vez más masiva utilización a niveles personales o institucionales de la Internet y la rapidez con la que la tecnología avanza hacia sistemas más baratos, rápidos, fáciles de utilizar y con mayor calidad en los mensajes, son ya la aurora de una nueva era. 
Pero esos adelantos y el preanuncio de lo que vendrá en poco tiempo, no parece que vayan a subsanar los problemas señalados por el libro de la UNESCO. ¿Quién será rico y quién será pobre en lanzar y/ o recibir la información? Si hoy las posibilidades de fu-turo de las personas son diferentes para los que saben leer y escribir y los analfabetos son tan diferenciantes, ya está creciendo una generación en la que las expectativas de futuro serán más abismales todavía entre los que tienen acceso a la computación y a Internet y los que no lo tienen. Para los segundos no habrá otros puestos de trabajo que los más duros y peor pagados. El mero adelanto tecnológico no resolverá este problema. Es algo que exige una normativa ética bien novedosa.

Las cuestiones éticas y los Medios
No cabe la menor duda de que la información es un derecho inviolable. Tanto el de-recho a informar, como el de estar informado. Pero tampoco el ejercicio de este derecho puede vulnerar otros derechos humanos. Otra vez nos encontramos frente a unas res-ponsabilidades, tanto de los emisores como de los perceptores, que exigen un tratamien-to ético.
Una cosa es clara: no son las leyes emanadas de los poderes públicos, las que deben normar en este terreno. El derecho a la libertad de expresión quedaría expuesto a res-tricciones y violaciones que lo ahogarían, como sucede allí donde los Medios de Comu-nicación Social son propiedad del Estado. Pero ni la libertad respecto a la propiedad privada de estos Medios asegura que se respetarán los derechos de todos. Además, estos Medios aun los que están en manos privadas, son  por su misma naturaleza un servicio público, que como tal debe ser reglado para que lo sea de verdad y de modo adecuado. Tampoco esta normativa puede quedar, simplemente, en manos de los Estados. No que-da otro camino que la búsqueda de una ética de la comunicación.
Pero no es fácil. Se han hecho muchos intentos, pero no se ha llegado a una solución satisfactoria.
El SPP ha sentido en carne propia lo difícil que es hacer un Código Ético. Lo que han hecho con mucha dedicación y esfuerzo, no ha sido aceptado en muchos casos por los dueños de los Medios o, incluso, en otros, por sus propios colegas. Es que por un lado hay que defender a cualquier precio la libertad de expresión frente a intentos de intere-ses políticos o económicos, pero  por otro, hay que respetar los derechos del consumidor de la información a proteger sus valores culturales o religiosos. Es que también, por otro, hay que defender los derechos de la propiedad privada de los dueños de los Me-dios, pero sin olvidar que son y deben ser un servicio público y, consiguientemente, se deben manejar con criterios de servicio al público. 

La Iglesia y la Comunicación
Hubo unos tiempos en los que la Iglesia veía con preocupación los Medios de Co-municación. Y no sin razón... A finales del siglo XIX y principios del XX, mucha de la prensa existente, lo mismo que más tarde el cine (como también el teatro), presentaban unos contenidos y unas imágenes procaces y antieclesiásticos. Frente a este hecho, en un ambiente en el que todavía la Iglesia con su condena al modernismo se oponía a la modernidad, se dio una actitud de condena, a la vez que se insistía en la puesta en mar-cha de Medios confesionales, únicos a los que se podían exponer los fieles cristianos.
Aunque no faltaron pioneros, hubo que esperar la renovación y la apertura que trajo el Concilio Vaticano II, para que se produjera un cambio radical en la postura oficial de la Iglesia. En efecto: el primero de los documentos aprobados en esa asamblea, se tituló, muy significativamente, “Inter Mirírifica”, en el que señalaba que los Medios moder-nos de Comunicación eran un “maravilloso” invento, que no sólo beneficiaba a la hu-manidad, sino que incluso podría convertirse en los nuevos púlpitos para una nueva y renovada evangelización. A partir de ese entonces han proliferado los documentos ofi-ciales en esta materia (“Communio et progressio”, “Aetatis Novae”...), así como no pocos párrafos en otros documentos, con ese mismo talante. No han faltado tampoco en este tiempo interesantes estudios de Teología de la Comunicación y de Normas éticas que ayuden a todos los hombres a asumir sus responsabilidades  frente a los Medios.

Un nuevo Documento
Nos ha parecido importante esta larga introducción para presentar, no sólo un nuevo Documento, sino muy particularmente lo que tiene de novedoso.
El pasado día 4 junio, se celebró en Roma la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales y, con motivo del Año Santo, el Jubileo de los Periodistas. Se esperaba la pre-sencia de unos 700 profesionales de todo el mundo. Llegaron y participaron en los di-versos actos organizados con ese motivo, más de 6.000. Entre ellos bastantes no católi-cos.
En esos días se presentó primero en rueda de prensa, y después se publicó, el Docu-mento “ETICA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES”, preparado  por el Ponti-ficio Consejo para las Comunicaciones Sociales. Ya en la presentación llama la aten-ción que Monseñor John P. Foley, Presidente de esta institución, señalara que el escrito salía a la luz a pedido de muchos profesionales de la comunicación –entre ellos muchos no católicos-, de todos los países del mundo, que solicitaban a la Santa Sede una comu-nicación oficial sobre esta Etica.
He aquí una primera novedad: el Documento no nació de la constante solicitud de la Iglesia por todo lo que atañe a la moral, sino la preocupación de los mismos Comunica-dores. Y una segunda: incluso personalidades no creyentes, acuden a la autoridad de la Iglesia para encontrar una orientación ante esa preocupación.
En consecuencia, el escrito no está dirigido sólo a los creyentes, sino (como los do-cumentos sociales a partir de Juan XXIII) a todos los hombres de buena voluntad. Es por eso, quizás, que el Documento no presenta (a pesar de lo que diremos más adelante) una moral “católica o evangélica”, sino una ética humanística.
Ya de unos años a esta parte, muchos moralistas, conscientes de que viven en el seno de una sociedad pluralista y conscientes también de la anomía reinante, están preocupa-dos por exponer una ética (que algunos llaman “moral de mínimos”) que pueda afectar las conciencias de todas las personas (creyentes de diversas religiones, ateos, agnósti-cos, indiferentes...) a fin de hacer posible la convivencia. Pienso que el documento “ETICA DE LAS COMUNICACIONES SOCIALES” (en adelante ECS) en sus indica-ciones concretas responde fundamentalmente a esta misma preocupación. Es notable y novedoso, el carácter DIALOGAL con el que se propone esta ética. La Iglesia, siempre “experta en humanidad”, aparece como muy consciente de que no tiene todas las res-puestas a los problemas hoy día planteados en el mundo de la comunicación y, mucho menos, a los que traerán los nuevos adelantos tecnológicos y las distintas políticas que se implementen. 

Bases de la reflexión
A mi modo de ver el documento parte en su reflexión de tres constataciones funda-mentales. La primera, expuesta repetidas veces y de diferentes maneras es que “la Igle-sia asume los medios de  comunicación social con una actitud fundamentalmente posi-tiva y estimulante” (ECS 4) “y que la Iglesia desea apoyar a los profesionales de la comunicación” (ibid) y esto hasta afirmar que “damos por supuesto que la gran mayo-ría de las personas dedicadas con toda su capacidad a la comunicación social, es gente consciente que quiere hacer las cosas bien” (ibid). De ahí el talante dialogal del docu-mento.
La segunda constatación es que “La comunicación social tiene un inmenso poder pa-ra promover la felicidad del hombre y su realización” (ECS 6). Todo el capítulo II está dedicado a destacar las posibilidades (para el bien, pero también para el mal) de la co-municación. Se señalan los beneficios que puede promover en el campo económico, el político, el cultural, el educativo y el religioso, es decir, en todos espacios del quehacer humano. Pero se señalan los abusos que se puedan dar a través de los Medios también en cada uno de estos terrenos.
De ese poder y del hecho de que puedan ser utilizados para el bien o para el mal, na-ce una enorme responsabilidad ética. Pero esa responsabilidad no es sólo de los comu-nicadores, sino también de los perceptores, de los dueños de los medios, de las políticas de comunicación, etc., etc. A todos ellos va dirigido el mensaje. Esa ética hay que anali-zarla no sólo en los contenidos del mensaje, sino en los problemas de sistemas y estruc-turas, que determinan o condicionan el cómo se realiza la comunicación, la dirección de su flujo y la distribución de la información.
Frente a esta responsabilidad ética la Iglesia “aporta una larga tradición de sabidu-ría moral” (ECS 5) que se ofrece en diálogo a los Medios de Comunicación, a sus fau-tores y a sus comunicadores, para que éstos sirvan realmente a la dignidad humana. “Los medios de comunicación realizan esta misión, impulsando a los hombres y muje-res a ser conscientes de su dignidad, a comprender los pensamientos y sentimientos de los demás, a cultivar un sentido de mutua responsabilidad y a crecer en libertad perso-nal, en respeto a la libertad de los demás y en capacidad de diálogo” (ECS 6). Contra esa misión iría cualquier utilización de los medios en contra de la dignidad de las perso-nas, como ser lo que siembra la división o lo que promueve los bajos instintos. 

Un documento profundamente católico
Si en lo que tiene de modos y líneas de reflexión en la normativa que propone, el do-cumento se manifiesta como un escrito dialogal y pluralista, tiene además algo que lo hace profundamente cristiano y evangélico.
En primer lugar es la opción por los pobres, que recorre todas las recomendaciones de la ECS. A mi modo de ver eso, aunque pudiera darse en alguna medida en personas que no participan de nuestra misma fe, es característica y signo del seguidor de Jesús y del que reconoce la Paternidad de Dios. Entre otras cosas coincide con el libro “Un solo mundo...” al analizar cómo el flujo actual de la comunicación incide en la dominación de los pobres por los poderosos.
En segundo lugar, el documento no sólo es evangélico, sino que pretende ser evange-lizador. “Dado que estas reflexiones se dirigen a todas las personas de buena voluntad y no sólo a los católicos, conviene hablar de Jesús como modelo de comunicadores” (ECS 32). La presentación de Jesús Comunicador, no es sólo una hermosa reflexión teológica, sino realmente un entrañable escrito, una buena nueva para toda persona que se preocupe por la ETICA DE LA COMUNICACION SOCIAL
 

De ese poder de los medios de comunicación social y del hecho de que puedan ser utilizados para el bien o para el mal, nace una enorme responsabilidad ética. Pero esa responsabilidad no es sólo de los comunicadores, sino también de los perceptores, de los dueños de los medios, de las políticas de comunicación.
 

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