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...El reverso de la globalización

El proceso de industrialización en el siglo diecinueve liberó una potencia productiva desconocida hasta entonces, pero también destrozó comunidades tradicionales y dejó desempleados a un gran número de artesanos. La globalización tiene también su reverso negativo y peligroso.

 Benjamín Arditi


La globalización, como cualquier otro proceso, también tiene un reverso negativo y peligroso. Quiero señalar tres aspectos de ese reverso: la profundización de la brecha entre países ricos y pobres, la creación de una elite móvil y una masa confinada, y la resurrección de modelos de identidad más rígidos y menos liberales como una reacción defensiva ante la globalización.

Profundización de la brecha entre países ricos y pobres

El primer impacto negativo se refiere a la desigualdad, comenzando por la distribución desigual del ingreso per capita en países ricos y pobres. Esto ciertamente no es algo nuevo, pero la tendencia se ha ido acelerando en las últimas décadas. No obstante, la Organización Mundial de Comercio (OMC) y los países a la cabeza del proceso de globalización no se cansan de repetir que el intercambio comercial es beneficioso para todos y que el efecto del crecimiento económico se desparrama hacia los sectores menos pudientes.

Esto no tiene asidero empírico. Si bien el comercio mundial genera empleo, no está demostrado que la inserción en una economía mundial informatizada, basada en el uso intensivo de tecnología, haya generado mayor empleo en términos absolutos. Se podrá alegar que ese es el costo del proceso de ajuste, pero nada garantiza que vaya a haber un “goteo hacia abajo” para la gente de carne y hueso que resulta perdedora, especialmente si al mismo tiempo se restringe el gasto social y aumentan las exenciones impositivas para la inversión en el sector exportador. Como dice Zygmunt Bauman, el último 

La riqueza de los 358 multimillonarios globales equivale a los ingresos combinados de los 2300 millones de personas más pobres del planeta. En otras palabras, la riqueza de 385 personas equivale al ingreso total de 45 por ciento de la población mundial.

Informe Sobre el Desarrollo Humano de las Naciones Unidas señala que la riqueza de los 358 multimillonarios globales equivale a los ingresos combinados de los 2300 millones de personas más pobres del planeta. En otras palabras, la riqueza de 385 personas equivale al ingreso total de 45 por ciento de la población mundial. En contra de esto, los propagandistas de la nueva economía no se cansan de citar el ejemplo de los Tigres asiáticos (Malasia, Indonesia, Singapur y Taiwán) como confirmación de que si ellos lograron industrializarse y competir de manera exitosa en el mercado mundial, cualquiera puede hacerlo. El mensaje implícito es que uno es pobre porque quiere serlo. Lo que no mencionan es que esos países cuentan con sólo el 1 por ciento de la población total de Asia, lo cual impide generalizar su experiencia, y que las crisis de 1998 demostraron la vulnerabilidad de sus economías.

Creación de una elite móvil y una masa confinada

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En segundo lugar, la pobreza, vieja o nueva, es un crimen del que nadie quiere hacerse responsable. También es cierto que la indignación moral ante el sufrimiento no basta para reorientar los patrones del crecimiento económico global. Pero tiene consecuencias importantes que ponen en evidencia la coexistencia de dos mundos y dos vivencias en torno a la globalización. Estas se muestran y se encuentran en un lugar, las fronteras, y en torno a un tema, la movilidad. Por un lado se proclama el libre tránsito de capitales, bienes, servicios y personas. Sin esa movilidad, la globalización se enfrenta con un límite efectivo y tal vez infranqueable. De ahí que la OMC insista en ella. Pero por otro lado se multiplican los requisitos y los controles migratorios para frenar el ingreso de quienes se escapan de la periferia pobre en busca de la promesa de mayor bienestar. Por eso, dice Bauman, para los ricos la distancia dejó de ser un obstáculo, mientras que para los demás el espacio nunca fue mas que una cadena.

Resurrección de modelos de identidad más rígidos y menos liberales 

Por último, muchos pueden percibir el impacto de la globalización en términos puramente negativos debido a la desestructuración de la vida comunitaria, la falta de control sobre las fuentes de trabajo, y así por el estilo. En ese caso, la globalización se convertiría en un aliciente para el retorno del nacionalismo como mecanismo generador de certezas ante la creciente complejidad de un mundo en el cual el proceso de cambio (político, tecnológico, económico y cultural) se acelera cada vez más. Miles Kahler sostiene que el surgimiento de un nacionalismo de masas en el siglo diecinueve tuvo una función importante, pues permitió que los Estados forjaran vínculos fuertes con la ciudadanía y asegurasen la lealtad de ésta en una era democrática. Más tarde, dice, el anticomunismo y la promesa de prosperidad económica reemplazaron al nacionalismo como programa político.

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Si bien el anticomunismo ha declinado con la desaparición de la mayoría de los regímenes socialistas, el renacimiento de un nacionalismo fuerte —y a veces violento— en países del antiguo bloque soviético contribuye a reforzar la identidad basada en el territorio e incluso a acrecentar los conflictos entre Estados nacionales. Esto se puede ver claramente en las guerras regionales dentro de la Federación Rusa y entre los nuevos Estados surgidos luego de la desintegración de la Unión Soviética. También hay que mencionar el retorno del Estado teocrático en países como Irán y Afganistán, la combinación de nacionalismo y religión que enfrenta a la India con Pakistán, o la afirmación agresiva de identidades étnicas y tribales que multiplican los conflictos en y entre países de Africa central.

Estos son ejemplos que ilustran un endurecimiento de fronteras, sean territoriales, étnicas o culturales. Regis Debray lo ve como una respuesta defensiva ante la pérdida de identidad —o más bien ante la desestructuración de las identidades— que produce el proceso de globalización. Lo resume muy bien al decir que al final se descubre que la religión (pero también el nacionalismo y la intolerancia étnica, que para el caso son lo mismo) resulta ser menos el opio de los pueblos que la vitamina de los débiles. En este sentido, la globalización pone en escena disyuntivas similares a las que surgieron durante la revolución industrial. Por un lado revoluciona las certezas del pasado e inserta a los pueblos en un mundo más abierto, cambiante y diverso, ampliando incluso la gama de opciones acerca de cómo vivir nuestras vidas. Pero por el otro nos recuerda de un posible desfase entre esas nuevas posibilidades y la seguridad que brindaban las identidades en un mundo más parroquial. Al decir esto no se busca plantear una preferencia por una u otra sino de reconocer la dimensión conservadora de algunas identidades contemporáneas. Esa dimensión pone en evidencia que la libertad de opción y el liberalismo político no son metas universalmente aceptadas por todos los grupos y en todos los países.

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