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...El guaraní popular y el guaraní impopular

Lengua de un pueblo, el carácter popular del guaraní no debería dejar lugar a dudas. Ahora bien, hay una lengua guaraní en el Paraguay que ha logrado —triste mérito- hacerse impopular. ¿Por qué caminos  esa Luna ha llegado a las fauces del Tigre Azul que la quiere devorar y eclipsar? 

Bartomeu Melià, s.j.
Gran virtud de una lengua indígena como el guaraní es que haya llegado a ser usada y amada por una sociedad no indígena. La sociedad paraguaya es una sociedad no indígena que habla una lengua indígena. 
Es cierto que hay lenguas indígenas de América que cuentan con más hablantes que el guaraní —el quechua, el aymara, probablemente el nahuatl—, pero son lenguas de grupos cuya identidad se marca más por lo étnico que por lo social y cultural. El guaraní ha atravesado los años del coloniaje y el de vida política “independiente” sin quedar reducido a determinantes étnicos, que casi siempre son discriminatorios. La discriminación en el Paraguay se daría más bien hacia ese “idiota monolingüe” de que habla Carlos Fuentes a propósito de los californianos que votaron la supresión de  la enseñanza bilingüe en las escuelas donde concurren mayoría de “chicanos”. 
En este sentido nos podemos felicitar de haber podido superar la división y la discriminación étnica tan relacionada generalmente con el uso de una lengua indígena. 
Pero esto no quiere decir que se haya llegado a una tranquila síntesis, como quiere hacer suponer la falsa metáfora del mestizaje. La tensiones y aun las incomprensiones son frecuentes. Y hace poco la FEDAPAR ha dado muestras inequívocas de que el bilingüismo castellano guaraní no es aceptado ni querido en ciertas clases sociales dominantes del Paraguay. 
. CONSTRUIR LA LENGUA
Hay que reconocer que en el panorama actual del guaraní han quedado agazapadas una serie de zonas erróneas cuyos síntomas son motivo de intranquilidad, de discusión y hasta de indignación. 
¡No disparen contra el guaraní!, escribía hace poco en este mismo Correo Semanal (31 octubre 1998), don Félix de Guarania. La lengua guaraní tiene manipuladores —tal vez yo mismo— que la maltratan.
La gran discusión sobre el guaraní actual se centra prácticamente sobre un aspecto que de por sí, sin embargo, no es el más importante de una lengua. Pero es tal vez el más visible, o mejor dicho el más gritante. Con la buena intención y el afán de que el guaraní sea competitivo con la modernidad se lo quiere dotar de una extensa terminología técnica de la que carecería.
Quienes tal hacen piensan seguramente que una lengua es un depósito de palabras y que su riqueza consiste en poder contar con el mayor número de ellas. Ahora bien, esto sólo es verdad en parte. Uno se puede expresar maravillosa y profundamente sin un caudal extraordinario de vocabulario. Los textos filosóficos de Platón, de Aristóteles, de Santo Tomás, de Suárez y de Kant no hacen gala de terminologías frondosas. 
El lenguaje matemático, por su parte, es un ejemplo de sobriedad y frugalidad terminológica; bastan pocos términos para asegurar combinaciones casi infinitas. En esto los árabes fueron maestros. Lo importante de una lengua es que cuente con un número suficiente de términos para asegurar la posibilidad de crear relaciones que produzcan una gran carga de sentido. La lengua es antes que nada un arte combinatoria. No es con muchos y diferentes comestibles se hace una comida más rica. El buen gusto de la lengua está en la proporcionada e inteligente combinación de sus palabras y en su adecuación al pensamiento. 
  LA LLUVIA Y EL GRANIZO
Lo que causa malestar no es la creación de terminologías nuevas sino el modo cómo las han fabricado que, por una parte, no corresponden a la índole de la lengua, y por otra se presentan en tan avasalladora cantidad que no hay organismo que las pueda asimilar. Más que una mansa lluvia vivificante es un granizo destructor.
Cuando una lengua entra en una otra fase histórica que la confronta con nuevas experiencias y nuevas exigencias expresivas tiene varios recursos para enfrentar esa situación. 
Desde el siglo XVI los misioneros y los indios que se convertían a la religión católica crearon modos de decir —y hasta de pensarse— sin casi necesidad de introducir terminología importada, aunque sí modos nuevos y originales de decir.
Los recursos usados fueron los que la lingüística moderna continúa sugiriendo. 
El primero y más importante consiste en no traducir palabra por palabra, sino “por frases”, empleando preferentemente composiciones y oraciones verbales en vez de sustantivos abstractos. Incluso cosas tan simples como “padre” o “madre” no se dirán en guaraní túva o sy, sino que se les contextualizará bajo de forma de che ru, ñande ru , che sy o ñande sy, según los casos. Para “bienvenidos” se ha dicho habitualmente peguahë poräke u otra expresión análoga. Hace falta solamente inteligencia, creatividad y prudencia.
Las posibilidades combinatorias de la lengua guaraní en este sentido son prácticamente inagotables. 
Otro recurso consiste en en decir lo nuevo a partir de lo antiguo. ¿No llamamos en castellano pluma al instrumento para escribir, aunque ya no tenga nada que ver con una pluma de ave? Y sigue siendo carro el automovil más moderno. En principio ésta es una buena solución ya que la lengua no sufre ni extrañamientos ni exilios. Pa'i era el padre de la familia grande guaraní y ese significado se aplicó después al “padre” sacerdote católico; y lo mismo palabras como karai, mburuvicha, purahéi, etc, que adquirieron nuevo sentido conforme a la sociedad colonial. 
Usando y combinando elementos usuales se puede también construir e inventar términos nuevos; son los neologismos.
Y las palabras introducidas en el vernáculo desde el mismo inicio del tiempo colonial, los hispanismos, ¿no son también lengua guaraní? La mayoría, sí. Hace casi siete décadas  el doctor Marcos Augusto Morínigo en su tesis cuyo título es precisamente Hispanismos en el guaraní (Buenos Aires: Peuser, 1931), incluía en esa categoría unas 1.200 palabras que fueron la base de su “estudio sobre la penetración de la cultura española en la guaraní”. Estos hispanismos aparecen engarzados en una fraseología puramente guaraní. 
Es cierto que la avalancha del mundo moderno en cuestión de terminología es ya de otro orden. Pero a este propósito no está de más recordar que es éste un problema de todas las lenguas modernas que generalmente han optado por aceptar términos generales a partir de raíces griegas o latinas, si no inglesas (que a su vez ya las tomó del mismo latín, griego o francés, sin contar los americanismos). 
El Diccionario de la Real Academia Española reúne unas 83.000 palabras, y sigue abierto. El diccionario es disponible para eBook Reader. Cada año entran en el léxico  normal hasta centenas de palabras, mientras que otras tantas caen en desuso. Pero lo importante es que la “gramática” cambia muy lentamente; hace siglos, por ejemplo que no aparece un nuevo pronombre, aunque se vuelve menos usual el usted.
En todas las lenguas hay una verdadera invasión de términos “bárbaros” que a veces tiene muy poco que ver con la índole de la lengua pero que la comunidad lingüística ha adoptado. Es cierto que muchas de esas palabras son verdaderos adefesios, como piedras en un plato de arroz. El fenómeno no es del todo evitable, pero se puede amortiguar con políticas inteligentes y constantes, para las cuales los medios de comunicación social son importantísimos. No abogamos por un purismo a ultranza, pero sí por un mínimo de respeto con la lengua propia.
Hasta aquí no hemos dicho nada nuevo. He intentado aplicar criterios de sentido común que maneja la lingüística más conservadora.
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