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  ¿PUEDO INTERVENIR LA IDENTIDAD?
La identidad, individual o colectiva, es algo dinámico, está en constante movimiento, en un campo de tensión entre el ser y el poder ser. Hoy, sin embargo, la tensión se da más bien, bajo la influencia de fuertes presiones, entre el ser y el deber ser, entre el ser y lo que se impone. 
Las presiones a favor del cambio y la transformación de la identidad son enormes. Pertenecen al proyecto colonial de la conquista, un operativo transatlántico e intercontinental que empezó hace 500 años, y cuya persistencia hasta los días de hoy, bajo diversas y cambiantes formas, hace que, a la larga, se lo olvide. Este proyecto ejerce un dominio económico y político real e innegable, y le propone o impone al ser paraguayo su adecuación al mismo. Se le hace presente con una fuerza que acalla de antemano todo intento de cuestionamiento a tal adecuación y sometimiento. La vida cotidiana, sobre todo la de los espacios formales, entra en un chaleco de fuerza. Lo propio aparece débil, obsoleto y devaluado. 
Lo que se inició como conquista, hoy se declara movimiento de liberación: liberación de las angustias de una vida plagada de creencias anticuadas, liberación de una historia y tradición propia desgastadas, liberación del atraso, junto con la ilusión de llegar aún a tiempo para poder subirse al moderno tren que supuestamente va al futuro; liberación de la pobreza y enfermedad, y, no por último, liberación de la supuesta ignorancia. Ignorancia supuesta: no hay que confundir el silencio con la ausencia o el vacío.
La mencionada presión es respondida con diversas formas de resistencia. Una resistencia acaso consciente en el inicio, se volvió algo tan internalizado que los paraguayos de hoy aplican los mecanismos culturales de defensa sin saberlo. Mientras existe por un lado una clara identificación con los valores promovidos por el proyecto colonial que hoy se llama modernidad, son manifiestas las resistencias y constituyen una suerte de sabotaje cultural permanente a los planteos del llamado "desarrollo" y la modernización. 
La actitud tradicional autoeducativa persiste, la de incorporar libremente, cual cazador y recolector, lo que se presenta y parece útil. Pero el medio cambió: ya no es el monte natural o la campaña tradicional donde se buscaba un equilibrio del mundo en libertad y espontaneidad; ahora el ambiente está invisiblemente cargado de intenciones ajenas y manipulación racional. En ese ambiente, el ser que quiere abrirse y decirse en libertad, se confunde. La necesidad de conocerse a sí mismo y al mundo se topa con la obligación de absorber un conocimiento ajeno, ya constituido. La expresión paulatina de la identidad propia tropieza y se bloquea. 
El sentir de que "está bien como somos" es reemplazado por su contrario: "no está bien como somos, debemos cambiar, mejorar"; los valores tradicionales ya no sirven, deben ser reemplazados; hay que cambiar el modo de vida. Debemos ser otros.
La pregunta es si se puede, por voluntad propia o ajena, intervenir en el desenvolvimiento natural —el proceso de vida— de la identidad propia; si se puede forjar una identidad individual y colectiva a voluntad, programar que sea diferente.
  ¿SOMOS ALGUIEN O SOMOS NADIE?
Al observar los procesos descritos, a primera vista se podría concluir que los paraguayos como manifestación de una identidad cultural propia no existen. Una segunda mirada que toma conciencia de las mencionadas resistencias, pero también de la fuerza y del orgullo con el cual se manifiestan, de manera explícita y aun sin decirlo, en los hechos, el "upeicha guarãntema ñande", nos hace entender que hoy el decirse, el engendrarse de la identidad propia continúa, pero lo hace con creciente dificultad. 
Se vuelve evidente que dentro o debajo del pueblo paraguayo "hay alguien", alguien con fuerza y seguridad. Ese "alguien" es una parte de la identidad paraguaya, y se encuentra al lado de aquella otra parte que, ante el asecho de las fuerzas de cambio, se identifica activamente con el deseo de volverse alguien diferente. O, en otras palabras, hay un ser paraguayo que necesita pronunciarse y ser escuchado, un ser que necesita que se le de su lugar, un ser que existe por ley propia, sin necesidad de ser reconocido o ratificado en su existencia por el "otro". En este caso, se trata del concepto de una identidad que no es construida recién ante la presencia del otro. Y hay una presión externa, que también es muy sentida internamente, que reclama que esa identidad se inserte al contexto más amplio, de otras identidades colectivas o culturas.
La autoexpresión de la identidad propia se juega hoy entre esos dos polos, y en todas las instancias y matices intermedias. Pero es autoexpresión. Uno es lo que es, y puede querer ser diferente, pero los procesos de tal cambio tienen su organicidad propia y escapan en gran medida a nuestro control y a nuestra voluntad, de la misma manera que nuestra decisión dominical de ser buenos y de no pecar más no puede tener consecuencias en la vida cotidiana. Seguiremos siendo los mismos. A la vez, cambiamos, pero no necesariamente como queremos;  lo haremos de otra manera, algo misteriosa, muy compleja, probablemente lenta, espontánea y sólo parcialmente controlable. 
En ese cambio natural, que es cambio y crecimiento de la identidad, nos sentiremos a nosotros  mismos, y también al otro, al mundo, y sentiremos que somos parte, y esto significará eventualmente un crecimiento que puede hacerme ser más yo mismo, pero siendo parte del mundo. Sería la aparición del ser paraguayo sin negar su propia ley, su propio modo de ser, la de un ser sin embargo abierto a la presencia e interacción con otros...
  DECISIONES POLITICAS
¿Qué nos conviene? ¿Que se llene nuestro supuesto vacío o que podamos develar nuestra riqueza?  ¿Necesitamos entrenamiento para conseguir un empleo en el Shopping global, o necesitamos entrenamiento para ir descubriendo lo que es nuestra vida —en el Paraguay y en el mundo—, y vivirla?
Las resistencias a lo nuevo y a la patente inadecuación del modelo moderno de un Paraguay cuyo camino al futuro puede ser bien diferente del europeo, nos hablan de búsquedas e inquietudes encubiertas y de procesos cuyo desenlace no está a la vista. De momento, nos hablan de un pueblo que disiente con lo que aparentemente proclama. No hay otra opción que la de tomar en  serio este disenso y las contradicciones que plantea, buscando promover su aclaración, decidida, asumida.
La educación guaraní es un proceso que se desenvuelve con gran libertad. Ninguna autoridad educativa se arroga más que un papel de mediador entre la tradición del grupo, el ser y su conciencia; el educador es más que nada un facilitador de condiciones favorables para la autoeducación. 
Mientras existe por un lado una clara identificación con los valores promovidos por el proyecto colonial que hoy se llama modernidad, son manifiestas las resistencias y constituyen una suerte de sabotaje cultural permanente a los planteos del llamado "desarrollo" y la modernización.
Se vuelve evidente que dentro o debajo del pueblo paraguayo "hay alguien", alguien con fuerza y seguridad. Ese "alguien" es una parte de la identidad paraguaya, y se encuentra al lado de aquella otra parte que, ante el asecho de las fuerzas de cambio, se identifica activamente con el deseo de volverse alguien diferente.
En ese cambio natural, que es cambio y crecimiento de la identidad, nos sentiremos a nosotros  mismos, y también al otro, al mundo... Sería la aparición del ser paraguayo sin negar su propia ley, su propio modo de ser, la de un ser sin embargo abierto a la presencia e interacción con otros...
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