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 3. A modo de conclusión, que no de solución…
Recuperar las culturas como fundamento del desarrollo tiene muchas implicaciones. En la práctica, se trata de un verdadero desafío para todos los países, también para los industrializados. A estos les exige dos actitudes básicas: por un lado, poner en duda la propia racionalidad instrumental que les ha impulsado en su praxis de desarrollo y, por otro, desenmascarar lo que esta racionalidad tiene de ideológica. Habría que adentrarse en la autocrítica de una cultura occidental que continúa fuertemente convencida e interesada en mantener su supremacía mundial. A mi parecer, ésta es una tarea de gran envergadura en donde, en definitiva, se trata de acoger de manera vital el descubrimiento que el mismo Occidente realizó hace más de un siglo: que la realidad es ante todo multicultural y como tal merece ser acogida. 
Es preciso señalar que ésta no es una tarea por iniciarse. Así lo indica  el gran número de movimientos sociales, ONGs, organismos de solidaridad, cooperación, etc., que se han lanzado desde Europa y Norteamérica a realizar este camino. Este tipo de desarrollo sin crecimiento tendría implicaciones muy concretas, sobre todo para los países económicamente poderosos. Lleva consigo el compromiso de no incrementar la producción en términos cuantitativos y de reducir el consumo de energía en los próximos años. El énfasis estaría colocado en la dignificación de la vida para sus pueblos.
En el caso de los países en transición hacia mejores niveles económicos, en donde sí se precisa estimular el crecimiento económico, se trataría de aceptar, simple y llanamente, que no van a alcanzar los niveles actuales de consumo de productos, contaminación y despilfarro por persona de los países de primer mundo.
Con respecto a los países económicamente más pobres, habría que tomar conciencia que el desarrollo técnico de los países industrializados debe ser usado para liberar recursos para el crecimiento y desarrollo de los primeros. Esto es solidaridad, pero también reconocimiento de la deuda contraída con ellos, como resultado del daño ocasionado en la explotación de sus recursos. Esta realidad insolidaria que busca solidaridad no es problema solamente entre hemisferios; también lo es al interior mismo de los países pobres o insuficientemente industrializados.
Se requerirían cuestionar las ortodoxias económicas prevalecientes, tales como: a) la conveniencia de un crecimiento económico medido convencionalmente; b) la premisa de que el capitalismo de mercado libre que se ha impuesto es la única posibilidad frente al socialismo de Estado y c) la premisa de que el libre comercio es la única alternativa al proteccionismo . 
Esto quiere decir que los mercados deberán aprender a funcionar sin expansión, sin guerras... y sin programas que fomenten el despilfarro. El filósofo francés Paul Ricoeur, refiriéndose precisamente a la civilización mundial, hace una reflexión que me parece muy iluminadora. Afirma que en este punto extremo, el triunfo de la cultura del consumo, universalmente idéntica e integralmente anónima, representaría el grado cero de la cultura de creación; sería el escepticismo en escala planetaria, el hihilismo absoluto en el triunfo del bienestar . 
Se trata, dicho con otras palabras, de la desaparición de toda significación y de todo sentido o finalidad del ser humano. Indagar en  nuevas alternativas y soluciones al desarrollo tal como ha sido presentado significa, tanto para los países occidentales como para los insuficientemente industrializados y pobres, ahondar en lo que constituye el núcleo creador de sus respectivas culturas y proseguir esta creación de modo que haga posible un verdadero encuentro con las culturas distintas. Como el mismo Ricoeur señala, sólo una cultura viva, a la vez fiel a sus orígenes y en estado de creatividad en el arte, la literatura, la filosofía, la espiritualidad, es capaz de soportar, enriquecerse y dar sentido a este encuentro. Y esto es así porque -en definitiva- para tener en frente de sí mismo a otro distinto de sí mismo, hay que tener un sí mismo . El desafío es, pues, el verdadero encuentro  con las otras culturas desde lo genuino de cada una, no a modo de conquista o choque, sino de comunicación y solidaridad. 
Esto comienza a ser realidad frágil, pero llena de potencialidad, desde el instante en que el hombre es descubierto -en su contexto- como lo más noble y valioso de la creación. Como aquel a quien el Papá Dios le regala un proyecto de sentido y felicidad: vivir como sus hijos, hermanos entre nosotros. Ahí se inspira y comienza a nacer un tipo de desarrollo como u-topos; es decir, que pareciendo no tener lugar en ninguna parte (por mostrarse como imposible) sin embargo, no deja de sorprendernos saliéndonos al paso como fragmentos de vida abundante —a manera de infinidad de pequeñas vivencias, experiencias y proyectos— en muchos puntos de nuestra geografía paraguaya y latinoamericana.
La realidad sociopolítica en que nos vemos insertos, el dramatismo de la situación latinoamericana y las oscuras perspectivas de futuro para las mayorías empobrecidas del Continente hace necesario un replanteamiento de raíz de la noción de ‘desarrollo’.
El triunfo de la cultura del consumo, universalmente idéntica e integralmente anónima, representaría el grado cero de la cultura de creación; sería el escepticismo en escala planetaria, el hihilismo absoluto en el triunfo del bienestar.
Los mercados deberán aprender a funcionar sin expansión, sin guerras... y sin programas que fomenten el despilfarro.
Sólo una cultura viva, a la vez fiel a sus orígenes y en estado de creatividad en el arte, la literatura, la filosofía, la espiritualidad, es capaz de soportar, enriquecerse y dar sentido al encuentro entre culturas.
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